Bishop: A Reflection on the Death of Pope Emeritus Benedict XVI

by Bishop Joensen | December 31, 2022

Bishop William Joensen

In the wake of Pope Emeritus Benedict XVI’s death, the clergy, religious, and lay faithful of the Diocese of Des Moines are filled with both sadness and gratitude to God for the faithful ministry and witness offered by His Holiness to the Universal Church.  He was a humble and selfless shepherd who showed us the heart and mind of Jesus long before he became the Roman pontiff, as well as in the nearly eight years of his active papacy and in the remaining years as pope emeritus where he lived a ‘hidden life’ of prayer and intercession for his successor, Pope Francis, for the Church and the world.

This is a man whose life spanned so much of the drama of the 20th and early 21st centuries: he endured the oppression of Nazi Germany, the ominous climate of the Cold War and the eventual fall of the Berlin Wall, and the spiritual springtime of the Second Vatican Council in which he served as a wise counsel to the Council fathers.  As university professor, pastor of souls, and bishop who eventually became dean of the College of Cardinals, he preferred to serve the Church behind the scenes rather than shine the spotlight on himself. 

Even so, he became a pivotal voice ensuring that the continuity of theological tradition and its fresh engagement with society and culture would remain prophetic, evangelically potent, and accessible to a broader audience.  In an era where any claims to convey truth are met by relativist suspicions and a marketplace of opinions, Pope Benedict XVI’s encyclicals unfolding the theological virtues of love, hope, and faith (the latter issued by Pope Francis, who attributed most of its authorship to his predecessor), are lucid testimonies to the harmonious synthesis of natural reason with divine faith. 

As Benedict XVI so famously stated in his general audience of October 24, 2012, less than four months before he stepped away from the papacy:  “Faith is not a mere intellectual assent of the human person to specific truths about God; it is an act with which I entrust myself freely to a God who is Father and who loves me; it is adherence to a ‘You’ who gives me hope and trust.”   Faith draws us into loving relationship with the person of Jesus Christ, the Lord and Savior of humanity.

From the time he first appeared as pope on the Clementine balcony of St. Peter’s Basilica, to his pilgrimages to World Youth Days, his numerous pastoral visits around the world, including the United States, his many audiences with people from all walks of life, and public appearances with global political and religious leaders, the luminous smile and shy, self-effacing leadership style of the now late pontiff provided warm reassurance that God is true to his promise to guide his Church through the ministry of the apostle Peter and his successors.  His overall body of magisterial teaching, including his audience reflections on the early Church fathers--several of whom were named doctors of the church--prompted some of us to regard him as eventually worthy of inclusion among this august cohort. 

Benedict XVI’s “tinkling fingers” when he waved revealed a man who remained an accomplished pianist who loved music and himself grieved when in his infirmity he could no longer sit at a keyboard and play.  Together, we at the Diocese of Des Moines pray fervently and with great confidence that this tireless servant of the servants of God will join his predecessor, Saint Pope John Paul II, in the house of the heavenly Father, where he can bask in the music of the holy company who ceaselessly play and sing God’s praises.


Como consecuencia de la muerte del Papa Emérito Benedicto XVI, el clero, los religiosos y los fieles laicos de la Diócesis de Des Moines están llenos tanto de tristeza como de agradecimiento con Dios por el fiel ministerio y testimonio que ofreció Su Santidad a la Iglesia Universal. Él fue un humilde y abnegado pastor que nos mostró el corazón y la mente de Jesús mucho antes de que se convirtiera en el pontífice romano, así como durante los casi ocho años de su papado activo y en los últimos años como papa emérito en donde llevó una ‘vida oculta’ de oración e intercesión por su sucesor, el Papa Francisco, por la Iglesia y por el mundo.

Este es un hombre cuya vida abarcó muchos del drama del siglo XX y de los inicios del siglo XXI: él sobrellevó la opresión de la Alemania Nazi, el amenazante clima de la Guerra Fría y la eventual caída del Muro de Berlín, la primavera espiritual del Concilio Vaticano II en donde fungió como sabio consejero de los padres del Concilio. Como profesor universitario, pastor de almas y obispo que eventualmente se convertiría en decano del Colegio de Cardenales, él prefería servir a la Iglesia detrás de escenas en vez de apuntar los proyectores hacia sí mismo. Aún así, se convirtió en una voz central asegurándose de que la continuidad de la tradición teológica y su fresca conexión con la sociedad y la cultura permanecieran siendo proféticas, evangélicamente potentes y accesibles a la multitud en general. En una época en que cualquier declaración de profesar la verdad era confrontada con sospecha relativista y opiniones del mercado, las encíclicas del Papa Benedicto XVI revelando las virtudes teológicas de amor, esperanza y fe (luego publicada por el Papa Francisco, pero atribuyendo la mayoría de su autoría a su predecesor), son testimonios lúcidos de la armoniosa síntesis del razonamiento natural con la fe divina. Así como Benedicto XVI declaró tan ilustremente en su audiencia general el 24 de octubre del 2012, a menos de cuatro meses antes de su renuncia al papado: “La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un ‘Tú’ que me dona esperanza y confianza.” La fe nos lleva a una relación de amor con la persona de Jesucristo, el Señor y Salvador de la humanidad.

Desde la primera vez que apareció como papa en el balcón Clementina de la Basílica de San Pedro, a sus peregrinajes a las Jornadas Mundiales de la Juventud, sus numerosas visitas pastorales alrededor del mundo, incluyendo los Estados Unidos, sus múltiples audiencias con personas de todos los estilos de vida, y apariciones públicas con líderes globales, tanto políticos como religiosos, su luminaria sonrisa y el estilo de liderazgo tímido y modesto del ahora difunto pontífice, nos daban una cálida garantía de que Dios cumple su promesa de guiar a su Iglesia por medio del ministerio del apóstol Pedro y de sus sucesores. El conjunto general de sus enseñanzas magisteriales, incluyendo sus reflexiones en audiencias sobre los primeros padres de la Iglesia—muchos de los cuales fueron nombrados doctores de la iglesia—hace que algunos de nosotros nos preguntemos si él podrá ser eventualmente digno de ser incluido en esta tan prestigiosa cohorte. 

Los “dedos temblorosos” de Benedicto XVI cuando saludaba revelaban a un hombre que siguió siendo un pianista consumado, quien amaba la música y que sufría cuando por su enfermedad ya no podía sentarse ante el teclado para tocar. Juntos, nosotros en la Diócesis de Des Moines oramos fervientemente y con gran confianza para que este incansable servidor de los servidores de Dios pueda unirse a su predecesor, el Papa San Juan Pablo II, en la morada del Padre celestial, donde pueda relajarse en la música de la comunidad santa quienes tocan y cantan incesantemente las alabanzas a Dios. 

Bishop Joensen

The Most Rev. William M. Joensen, Ph.D. was ordained and installed in 2019 as bishop of the Diocese of Des Moines. Born in 1960, Bishop Joensen completed studies at the Pontifical College Josephinum in Ohio and was ordained a priest in 1989. He earned a doctorate in philosophy at The Catholic University of America in Washington, D.C. in 2001. He has served in parishes, as spiritual director at St. Pius X Seminary in Dubuque and in a variety of roles at Loras College in Dubuque.