(Des)Conexión Francesa
by Bishop William Joensen | September 17, 2025
Nuestra celebración del Año Jubilar 2025 se ha sobrepuesto a otro Jubileo que concluyó el pasado mes de junio: el 350 aniversario de las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque en el monasterio de la Visitación en Paray-le-Monial, Francia. Este último Jubileo inspiró a un grupo de 38 peregrinos de la Diócesis de Des Moines, incluyendo al Padre Trevor Chicoine del Condado Cass y a mí, a aventurarnos recientemente a Francia a visitar los varios sitos santificados por hombres y mujeres santos que conforman parte del legado de este país una vez llamado la “hija mayor de la Iglesia.”
No los quiero aburrir con relatos del viaje, pero ciertamente la oportunidad de orar y celebrar Misa en los lugares en donde Santa Teresa de Lisieux, Santa Catalina Labouré, Luisa de Marillac, Vicente de Paul, Margarita María y su director espiritual, Claudio la Colombière, Hugo de Cluny, Juan Vianney, Tomás de Aquino, Saturnino, Bernardita Soubirous, y sobre todo, la Santísima María, Nuestra Señora de Lourdes, son venerados como una fuentes de profunda gracia personal para los miembros del grupo. Y creemos que esas florecieron en aquellos en nuestras familias por quienes imploramos a la intercesión los santos, en la Diócesis de Des Moines y más allá.
Se profundizaron las conexiones espirituales con el universal Cuerpo de Cristo—más claramente la motivante procesión y vigilia con velas bajo el Cielo despejado e iluminado por la luna en el Santuario de Lourdes, en donde personas de diversos grupos de muchas lenguas se unieron invocando a María, quien es tanto la Inmaculada Concepción y el templo del Cuerpo de su Hijo. Como una vez lo dijo un monje anónimo, Jesús dotó a María “con todo privilegio haciendo de su cuerpo y de su alma el templo más puro y amoroso que nunca hubiese existido: puro porque fue concebido inmaculadamente y amoroso por estar lleno de gracia.” El agua pura del manantial de Lourdes que aumentó el peso de las maletas de nuestros peregrinos en su regreso a casa serán sacramentales que lleven la sanación y esperanza a quien se los lleven.
Luego de una excursión preliminar de la primera fase de nuestro grupo a Normandía, el grupo se reunió en París. Le recordé a todos de la distinción que había hecho anteriormente entre un turista y un peregrino: Un turista, les propuse, enfoca sus sentidos en capturar las vistas, sonidos, olores y sabores que son fuentes de fascinación y placer. Prueba esta comida y aquella, se queda perplejo y apreciativo de las diferencias culturales, todo en búsqueda de tener una experiencia dirigida a sí mismo. Un turista permanece en cierto grado desconectado de lo que le rodea hasta que regresa al autobús, al avión, para regresar a casa.
Los peregrinos, en contraste, tienen una meta, un destino, que se percibe o se sabe solamente de manera parcial. Hay un grado de misterio que nos lleva adelante y si nos entregamos con humildad, sumisión y reverencia a algo o alguien más grande que nosotros, le permitimos a Ese quien provoca nuestra curiosidad y que desea hacernos suyos, entonces nuestras almas buscan algo más significativo que la satisfacción personal—nos lleva a través de las puertas del misterio hacia un encuentro personal y genuino.
Desde ahí, estamos motivados a la conversión de corazones, de profundizar nuestra amistad con Jesús. Se nos impulsa entonces a reafirmar y expandir la comunión de vida, Espíritu y amor que Dios nos da. Esta comunión no es un asunto transitorio, tal como vivimos en nuestra última noche juntos en Francia cuando el gerente de nuestro hotel finalmente encontró la transmisión del juego de fútbol entre Iowa y Iowa State para que varios de nosotros lo pudiéramos ver en la televisión de pantalla gigante; por el contrario, esta comunión permanece muchos después de que terminen nuestros días de peregrinaje.
El Padre Chicoine, es sus varias motivantes homilías, invocó la distinción de turista y peregrinos más de una vez y nos recordó de nuestra necesidad de la misericordia que surge del Sagrado Corazón de Jesús en los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía—la misericordia que elimina las capas materiales y psíquicas que se acumulan y que representan una barrera ante la simpleza, pobreza de espíritu y caridad que representan los santos.
En su última encíclica, Dilexit nos “Él Nos Amó” [DN], el difunto Santo Padre, Papa Francisco, comenta sobre la disposición de reparar los pecados personales para ofrecer Consuelo al corazón lastimado de Jesús: “Puede parecer que esta expresión de la devoción no tiene suficiente sustento teológico, sin embargo, el corazón tiene sus razones. El sensus fidelium intuye que aquí hay algo misterioso más allá de nuestra lógica humana, y que la pasión de Cristo no es un mero hecho del pasado: podemos participar en ella desde la fe. Meditar la entrega de Cristo en la cruz, para la piedad de los fieles es algo mayor que un mero recuerdo.”
Aquí recordamos lo que dijo Santo Tomás Aquino, “El acto de fe del creyente tiene como su objetivo no simplemente la doctrina propuesta, pero una unión con Cristo mismo en la realidad de su vida divina.” El Papa Francisco continúa, “A esto se une la conciencia del propio pecado, que él cargó sobre sus hombros heridos, y de la propia inadecuación frente a tanto amor, que siempre nos sobrepasa infinitamente” (DN pár. 154, incluyendo la nota 157).
Tanto como las nuevas y renovadas conexiones que se formaron durante nuestro peregrinaje en Francia, también me motivaron a reflexionar sobre algunas de las dinámicas sociales y políticas entre los franceses que remarcan algunas de las desconexiones que sentimos entre los franceses y americanos, y más aún entre cristianos católicos. El filósofo Chantal Delsol expone una fisura fundacional en su trabajo, Prosperidad y Tormento en Francia: La Paradoja de la Era Democrática. Ella se refiere al libro celebrado de Philippe d’Iribarne, La logique de l’honneur [la lógica del honor], en donde expone cómo las relaciones de autoridad entre negocios varían ampliamente entre países:
“En el mundo Anglosajón [que es el que forma nuestro estilo de pensar americano], predomina la lógica del contrato.” Este tipo de lógica presume un tipo de igualdad entre partes que inspira confianza y una expectativa de recibir algo justo a cambio de lo que uno da. En Francia, prevalece otro tipo de lógica cuando nos referimos a la autoridad: “Lo que es esencial es el no quedar mal, el recibir la consideración que se te debe. Es necesario el mantenerse digno y brillar, incluso si la situación demanda obediencia” (Delsol págs. 57-58).
Para el francés, la libertad y el honor que le merece significa el no tener que someterse a otro. A simple vista, la sociedad francesa festeja la “egalité” entre todas las personas, pero a esta supuesta igualdad la supera una preferencia oculta por el dinero y por los privilegios materiales que deben permanecer ocultos: “No se habla de éstos, se niegan engañosamente y se encuentran formas de esconderlos” (pág. 63). Por lo tanto, el resultado neto es una desconfianza fundamental entre los ciudadanos.
Ciertamente, nuestra cultura americana está acosada por una tendencia hacia los excesos y el materialismo, y las encuestas muestran un aumento en la desconfianza social. Hay cierta forma de transparencia que se puede manifestar negativamente a sí misma como ostentación, una actitud de “presunción” que dice, ‘mírenme.” Tal actitud está falta de discreción y de modestia.
En contraste, y de una manera más positiva, en los Estados Unidos también existe una disposición de honrar a aquellos que sobresalen en cualquier tipo de vida, ya sea en lo académico, en deportes, en negocios o en esfuerzos caritativos que van más allá de las ganancias personales. En América no necesitamos ser tímidos sobre nuestros esfuerzos para lograr la excelencia o para ser generosos, o en recibir honores y compensaciones terrenales que reconocen nuestros esfuerzos.
Aun así, dado su gran tesoro de santos, nuestros amigos franceses tienen todos los recursos espirituales a la mano para promover un cambio cultural, y para inspirar a los americanos y a todos los católicos de ir más profundamente en fe y donación de nosotros mismos (como la “auto sumisión) de lo que lo hemos hecho en este punto de nuestras vidas. Como lo dice Delsol, en contraste a límite de bienes materiales, “los bienes inmateriales se desenvuelven cuando se comparten. …Uno no debe sublevar sobre los bienes espirituales; no deben darse por hecho ni traerse al mismo nivel; éstos no se distribuyen desde el exterior, pero son internos en términos de acceso y de evaluación” (págs. 60-61).
Y esta es la paradoja francesa: en la sociedad contemporánea con una preferencia por el privilegio y beneficios que se ocultan discretamente de la vista del público, las vidas de muchos santos franceses que animaron a esta hija mayor de la iglesia a revelar su preferencia de estar oculta, de un sacrificio discreto que no está interesado en la ganancia personal por encima de sus conciudadanos.
Por el contrario, los santos franceses, sin importar su grado de reconocimiento por sus semejantes, “sufrieron” la indignidad de permitir que sus enfoques y sus incansables prácticas de caridad entre los pobres se hicieran públicas a pesar de sus preferencias personales. Los santos revelaron el sello distintivo de aquellos que pertenecen a los ciudadanos bautizados y registrados en el Reino de Dios.
Santa Catalina Labouré, por ejemplo, era una novicia de 24 años de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul que tuvo apariciones privadas de la Santísima Virgen María. Ella le reveló a Catalina el diseño de la Medalla Milagrosa. Pero Catalina no se confió de su condición de “favorecida” sino que pasó los siguientes 40 años de su vida sirviendo a los ancianos y a los enfermos al extremo que es considerada la patrona de adultos mayores y de los enfermos.
La gloria de los santos es la esperanza y el ímpetu para que podamos seguir el camino que ellos han trazado, de adorar al altar único de Palabra y Sacramento, llevados a una compañía sagrada con el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Los santos franceses, así como lo hacen los santos, nos ayudan a ver nuestra vida completa, nuestra propia identidad, como peregrinos que están entablando un camino de esperanza en el que nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, ha pagado para que tomemos parte en él.