¡Espiritualidad Ciclista y un Nueva Papa Americano!
by Bishop Joensen | May 14, 2025
Es la temporada de graduaciones de preparatoria y de universidad, acompañadas de la dramática noticia de la elección del Cardenal Robert Prevost, nativo de los Estados Unidos, como el siguiente Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro, Papa León XIV. Aquí les ofrezco un consejo a los graduandos y algunas palabras de agradecimiento al esperar cómo nuestro nuevo pontífice romano nos guiará como Iglesia que es una, santa, católica y apostólica, incluyendo la Diócesis de Des Moines.
Mi difunto tío, Monseñor Ralph Simington, bromeaba en sus últimos años que, dado a su aumento en robustez, había como 100 libras de él que no se habían ordenado al sacerdocio. Él culpaba como la causa de su aumento de peso a sus días en la universidad en que trabajaba en la línea de postres en la cafetería.
Al acercarme a mi sexto aniversario como obispo, les confieso que hay como 15 libras de mí que no se ordenaron al episcopado. Culpo este aumento a las demandas de mi puesto que han limitado mi pasión por el ciclismo en que anteriormente pasaba horas en mi bicicleta en los meses del verano. Ahora, si tengo suerte, dedico 45 minutos en mi bicicleta interior con la aplicación Zwift antes de regresar a mi función como pastor y guardián de almas.
Aunque ha disminuido el tiempo que paso en la bicicleta, me cautiva aún, lo que la difunta, Venerable Madeleine Delbrêl, llama ‘espiritualidad ciclista. Delbrêl, quien vivió en París durante la pandemia global de 1918 y las dos Guerras Mundiales, se entrenó como enfermera y luego como trabajadora social, se identificada como atea durante cinco años antes de sentirse atraída al catolicismo, convirtiéndose en poeta y mística en su propio estilo. Su espiritualidad ciclista la expresa en la forma de un diálogo con Jesús, pero sugiero que es eminentemente, marcadamente humano:
‘Vayan’ . . . nos dices en cada oportunidad en el Evangelio. Para ir en tu dirección, tenemos que ir, incluso cuando nuestra pereza no dice que nos quedemos. Nos has elegido para estar en un extraño equilibrio, un equilibrio que puede mantenerse y sostenerse por sí mismo solamente cuando está en movimiento, solamente con el impulso. Parecido a una bicicleta que no puede permanecer de pie sin moverse, una bicicleta que se mantiene reposando contra una pared siempre y cuando no nos montemos en ella para acelerarla en el camino. La condición que se nos da es una inseguridad vertiginosa y universal. Tan pronto comenzamos a verlo, nuestra vida se inclina, se abre. Nosotros podemos mantenernos de pie para caminar, para correr, con el impulso de la caridad. (The Dazzling Light of God, pp. 61-62).
La espiritualidad inspirada por Cristo en las bicicletas de Delbrêl’s nos previene contra la inercia y la parálisis. Nos sirve como un antídoto contra la conformidad de la pereza que se asienta en la seguridad de relaciones con personas que tienen ideas similares y credenciales establecidas, incluyendo la credencial de un título universitario, que nos dan cierta medida de seguridad. Incluso cuando estamos alejados de los demás, nosotros mismos nos convertimos en la fuente de fricción interna en el impulso que se desvanece por falta de dirección, crecimiento o confianza en la gracias – las condiciones necesarias para la auto trascendencia, la plenitud y la felicidad.
Los antiguos griegos hacían hincapié en un tipo específico de cambio interno que es un tipo de movimiento distinto al cambio de posición física o en cantidad (¡algo así como 15 libras!). El cambio puede tanto mejorar y perfeccionar nuestro ser, como causar una disminución, una reducción en nuestra capacidad de actuar en formas esenciales para alcanzar nuestro potencial humano. Clase de 2025, consideren los innumerables cambios que han vivido en sus más o menos cuatro años de preparatoria o de universidad:
• El desconectarse de ciertas relaciones que alguna vez fueron integrales en sus vidas conforme conocían y encontraban nuevas amistades;
• Los tal vez uno, dos, tres o más cambios de carrera y especialidad, cuando encontraban nuevos campos de conocimiento, se enfrentaron a ciertos límites cognitivos, tuvieron un despertar por parte de sus mentores o compañeros ya fuera en proyectos de colaboración, o en oportunidades de aprendizaje en servicio.
Más aún, ¿cuánto ha cambiado, madurado o disminuido su propia vida espiritual? ¿Pueden ustedes percibir aspectos del Reino de Dios entre nosotros, un reino de justicia y caridad en donde no se rompa caña doblada alguna, ninguna mecha humeante se apaga, los recién llegados a nuestra comunidad son tratados como hermanos cuyas líneas sanguíneas se pueden seguir hasta el Creador del Universo?Y mientras podemos tener diversas posiciones respecto a los hechos del cambio climático global, ¿son ustedes más adeptos para articular y hacer su parte en ayudar a cultivar una verdadera ecología humana en su propia vida? ¿Tienen un sentido más profundo de solidaridad con sus comunidades locales y la sociedad en general hacia una meta común que solamente podemos lograr si escuchamos y colaboramos los unos con los otros? ¿Promueven que los demás tomen parte en las conversaciones y actividades que reflejan nuestra diversidad de dones y capacidades, disfrutando de bienes y frutos que no disminuyen cuando se comparten?
Espero que puedan responder ‘sí’ más de lo que dicen ‘no’ a estas preguntas, e incluso más fundacionalmente, que esta no sea la primera vez que estas preguntas los aprontan. Porque toda esta dinámica de cambio y desarrollo personal de los jóvenes y aquellos que toman parte en su formación es en buena parte la mente y el corazón de la Iglesia.
En todo nivel de educación, especialmente en el nivel universitario, la conexión entre el maestro y el alumno óptimamente debe despertar y cultivar un sentido de conexión con la realidad en toda su verdad, bondad y belleza. Esta dinámica puede suceder sin importar si alguien estudia física o ingeniería, literatura o música, kinesiología o filosofía.
Se descubre ante nosotros un tremendo misterio, pero está solamente disponible para aquellos que permanecen el tiempo suficiente para observar, que pueden soportar la presión de mantenerse en un solo objeto, una imagen, una persona por más de un nanosegundo en vez de cambiar constantemente de una cosa a otra del modo en lo que el difunto Papa Francisco, citando a Thomas à Kempis, llama “voyerismo espiritual” (ver Evangelii Gaudium no. 91).
O alternativamente, Podemos complacidamente recargar la bicicleta de nuestras vidas contra una pared, lo cual es diferente a recargarse en otros en los tiempos de retos o difíciles o incluso celebraciones llenas de gozo. El tiempo no parece detenerse cuando experimentamos una comunión genuina, cuando dependemos unos de otros en amistad, amor y vida. Nos volvemos lo suficientemente vulnerables para ser transparentes y suficientemente atrevidos para acoger la tensión de tener que, si dependemos en otros, ellos seguramente se inclinarán al punto que tome precedente el compartir sus necesidades, sus prioridades, su sentido de dirección sobre a donde debemos dirigirnos.
El dejar a los demás y el dejar a Dios, no solamente acompañarnos sino ayudarnos a planear nuestro destino, significa el permitir la inseguridad, una forma de lo desconocido que no se puede remediar resolviendo números y acumulando más datos que manejen nuestros procesadores internos. Esta es una inseguridad que llama a la confianza, a una fe natural y sobrenatural, en donde caminamos, corremos o nos apresuramos hacia lugares, acciones y personas – ultimadamente, ALGUIEN, quien se descubre solamente en el curso del peregrinar de la vida.
Una pequeña y valiosa enseñanza que recibí cuando empecé a andar en bicicleta hace 25 años es el de siempre mantener la mirada hacia dónde queremos ir y no hacia donde no queremos ir. Porque si hacemos lo segundo, la bicicleta se desviará inevitablemente del camino recto y seguro y terminaremos con una ponchadura o completamente varados. Así también, para nosotros que acogemos la espiritualidad ciclista, estamos en constante necesidad de personas que refinen nuestra mirada, que nos mantengan fijos en nuestro destino, y que traigan la fe, pasión e integridad personal de su vocación como nuestros líderes y guías.
¿No es a eso lo que nuestro nuevo Papa León XIV está llamado a ser para toda la Iglesia Católica? ¿No es él el líder para mantenernos enfocados en nuestra misión como Iglesia promoviendo la unidad, siendo campeones de la paz y reconciliación, el hacer a un lado el miedo y construir puentes con determinación entre quienes son como nosotros y con quienes no son como nosotros? Estamos sorprendidos y emocionados por el hecho de un papa nacido en Estados Unidos, quien asumió libremente una vocación misionera en Perú, que trabajó tanto con los pobres como con los seminaristas, acogiendo el carisma de la Orden de los Agustinos. De Chicago a Chiclayo, Perú, y luego hacia Roma como alguien que ayudó en dirigir el proceso para elegir a los obispos del mundo – y que ahora es el primero entre sus pares como obispo de Roma y servidor de servidores de Dios – ¡vaya ruta ciclista de vida!
Para todos los graduandos, mi motivación final para ustedes es la enseñanza de la espiritualidad ciclista de Delbrêl’s: No se queden aquí. ¡Vayan! ¡Levántense y sigan moviéndose, creciendo, formándose y formando a otros en su propio estilo! A veces el camino estará inclinado y pueden sentir que se tambalean, pero sepan de quienes pueden ayudarles a mantener su equilibrio y su visión, a establecer el rumbo sobre lo que es más importante. El Dios de la comunión que los ama y los necesita tiene preparadas cosas buenas para hombres y mujeres como ustedes. ¡Que puedan convertirse en lo que Dios los ha llamado a ser!